Hace tiempo que tenía rondando por mi cabecita loca la idea de hablar de mi ídolo por excelencia: Pep Guardiola. No me acuerdo cuántos años tenía cuando le vi jugar por primera vez ni contra quien, pero de lo que sí me acuerdo es que fue verle y flechazo instantáneo... Y como bien decía mi padre ¡encima del Barça! Sí, eso es lo que se llama buen gusto.
Pero para los que lean esto que no se preocupen. Ya no tengo edad para mostrar tan públicamente mi frikismo ni me gustan los textos pastelosos. Es más, me fastidia que cuando tengo tiempo de escribir sobre Pep sea cuando él se medio retuerce (que no físicamente, ya le gustaría) de dolor en la cama del hospital Dexeus por la maldita hernia ¡qué también es mala suerte que en el último mes se nos lesione hasta el entrenador!
Así que pensando ante el teclado, lo que no quería ere repetirme contando una vez más lo que ha hecho de este equipo en tres años, lo sabe todo el mundo, por mucho que les duela. Así que la excusa perfecta me la han dado ciertos personajes que se dicen seguidores culés. Y es que no soporto como aquellos que se hacen llamar barcelonistas sean capaces de estar molestos por la prudencia de nuestro entrenador -a la que llaman falsa molestia-, esa característica tantas veces vilipendiada por la caverna mediática, quizá, poco acostumbrados a ella cuando tienen carne de cañón para una colección de portadas con las perlas de Mou y que parece, a muchos les gusta seguir la corriente.
Pero el top ten de las críticas se resumen en su trabajo. No comprendo como a una persona que acaba de pisar un banquillo y nos ha dado ocho títulos y este nivel de arte también llamado fútbol se le puede criticar. Más que nada porque pienso yo que él, que está más tiempo con los chicos y los conoce mejor, sabrá por qué hace tal o cuál cambio, una decisión que va mucho más allá de las llamadas guardioladas.
El pasado miércoles veíamos su esencia. Ni dolores, ni críticas, ni nada. Su esencia viene de estar al pie del cañón aunque vengan mal dadas. Ya lo hizo como jugador y ahora no iba a abandonar a sus chicos como entrenador.
Ante el Valencia, Pep sufría en los banquillos y los culés en el campo o con la tele. Sabe que a falta de 12 jornadas las matemáticas no dan ganadores a los azulgrana y toca luchar y sufrir. Cierto es que nos hemos quitado el 'hueso' che, pero por delante nos queda, en Liga, el submarino amarillo, los merengues o los chicos de la Cartuja. Y no será fácil, amén de la Champions y la final de Copa.
Por eso Pep fue a Valencia. Su lumbalgia se transformó en hernia, pero con sonrisa en la boca y premio en forma de puntos: por fin Messi metía la dichosa pelotita.
Guardiola cogió a un equipo deprimido y en tres años nos ha dado ocho títulos, nos ha llevado a una semifinal de Champions y ahora estamos en lugar inmejorable en las tres competiciones. Pero todo cuesta, y habrá partidos maravillosos y otros de picar piedra. Unos los ganaremos con la gorra y otros nos costará e, incluso, perderemos. No pasa nada, mientras el equipo esté con estas ganas que Pep no deja que se diluyan por el césped todo irá bien.
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